lunes, 3 de septiembre de 2012

Emprendedores, anomalías y empresarios

El emprendimiento es relacionado permanentemente con iniciativas empresariales. Reducirlo a tal categoría le quita al concepto su significado último: la capacidad de transformar un sector o ámbito. Esto es, no nos transformamos en emprendedores por el sólo hecho de realizar actividades empresariales. Conozco buenos empresarios desarrollando su actividad en campos tradicionales y siguiendo casi un manual implícito, de cómo opera la industria o mercado en que hace negocios. Generan empresas, montan operaciones, obtienen resultados y  excedentes por su actividad. ¿Emprenden? Digamos que son empresarios. Necesarios, vitales, indispensables.

Al emprendedor lo distinguen sus atributos emocionales más que instrumentales o racionales. Su pasión lo hace abrazar una anomalía que le genera malestar y decide consagrar buena parte de su tiempo a diseñar ofertas para eliminarla. El Médico chileno Fernando Monckeberg por ejemplo, dedicó su carrera a emprender, orquestando el cambio que hiciera de la desnutrición una vergüenza, una anomalía indeseada para toda la sociedad. Creó organizaciones, utilizó financiamiento, empleó personas y satisfizo necesidades. Actuó empresarialmente, pero fue también más allá. Hoy, nadie en el país toleraría resignadamente la desnutrición como un mal “normal” y acaso “inevitable”. Ese cambio cultural, es lo que llamamos emprender: transformar no sólo el modo práctico en que enfrentamos los problemas, también la manera como los entendemos y concebimos culturalmente. El suyo, fue además, un emprendimiento social.

Hecho este distingo, me parece necesario abogar por la generación de ecosistemas que permitan tanto fortalecer la capacidad empresarial como fomentar el emprendimiento. Cuando resolver problemas o necesidades no basta, el emprendedor se hace imprescindible. Al profesional le satisface hacer bien su trabajo y tener clientes satisfechos; al artista, realizar bien su oficio y obtener el reconocimiento de pares y su público; al empresario, tener utilidades razonables para su esfuerzo en el negocio. El emprendedor rara vez está satisfecho. Es un inconformista consumado, que lidera los cambios. Es una especie rara en un ecosistema rígido y luce orgulloso su rareza. El emprendimiento no reconoce ámbito y puede ser económico, cultural o social.

Stephan Schmidheiny, fundador del Grupo Nueva. Holding controlador de Masisa, ha dedicado su esfuerzo empresarial a alinear los intereses de empresas y sociedad civil. Schmidheiny entiende que no hay “buen negocio en comunidades pobres”, por lo que promover la erradicación de la pobreza, la protección ambiental y el crecimiento económico, deben ser parte de las estrategias empresariales, más allá incluso de la RSE, planteando que al meno un 10% de las ventas de su compañía, deben provenir de negocios inclusivos desarrollados con o en, la Base de la Pirámide – BdP-, esto es, la población de más bajos ingresos.

Este empresario y emprendedor suizo con profundo conocimiento de América Latina, impulsó AVINA, fundación que  establece alianzas estratégicas con Ashoka, WRI, Endeavor  y FUNDES, entre otras, para cumplir su misión y fue uno de los pioneros en promover la sustentabilidad ambiental, ya desde la Cumbre de Río en 1992. De este modo se hace cargo de la anomalía que entiende a la empresa como un mero agente productivo o económico.

Son muchísimas las anomalías en Chile y el mundo, que están esperando por emprendedores ávidos de consagrarse a superarlas. Faltan emprendedores en el país, y el ecosistema de fomento actual se focaliza exclusivamente en la actividad empresarial individual y en los proyectos, no en las personas. Importa más la persona del emprendedor que un buen proyecto, no existen las ideas, sino personas que sueñan realizarlas. Para emprender necesitamos cultivar la habilidad de hacer ofertas poderosas que hagan sentido y transformen las vidas de personas y comunidades. No sólo comercializar “con éxito” un buen producto o servicio.

Un artículo de Hector Jorquera

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