viernes, 3 de mayo de 2013

Los Emprendedores no son tulipanes, son luchadores


La palabra emprendedor y sus anglicismos asociados pueblan cada vez más discursos, artículos y boletines oficinales en nuestro país.
Hemos pasado de una sociedad en la que el diccionario no recogía la acepción moderna del término a una en la que los nuevos empresarios se han convertido en un lugar común para las instituciones y en un colectivo cada vez más sugerente para medios de comunicación, grandes empresas y otros puntales de la sociedad civil.
Pero, ¿se corresponde este creciente protagonismo  del emprendedor con un incremento real del número de personas que deciden montar su propio negocio?
Para abordar esta cuestión lo primero es saber qué es lo que distingue al emprendedor del resto de ciudadanos. A falta de una definición oficial y universal, tomo por buena la que da el Global Entrepreneurship Monitor (GEM); un proyecto de investigación de la actividad emprendedora que se desarrolla desde universidades, escuelas de negocios y administraciones de más de 60 países, y que califica de emprendedor a aquella persona que está implicada en la puesta en marcha de un negocio de menos de 42 meses de antigüedad.

Con esta noción como punto de partida,  el último informe GEM España, elaborado en 2012 a partir de una rigurosa encuesta de cobertura nacional, estima que el porcentaje de la población activa que representan los emprendedores  es de un 5,7%, dato que traducido en términos absolutos supone 1.751.000 personas. Se trata de una cifra sensiblemente más alta que la registrada dos años antes, cuando el emprendimiento se situó en su mínimo histórico – en torno al 4,7% de los activos-, pero que queda bastante lejos de los niveles superiores al 7% que se alcanzaron en los estertores del boom económico. Lo que quiere decir que ahora hay unos 250.000 emprendedores menos que en los últimos años de crecimiento.
Así pues, el fortísimo incremento de la población desempleada que hemos vivido en tiempos recientes no ha venido acompañado de un aumento neto de los aspirantes a empresarios. Al contrario, pese al hundimiento del mercado laboral, hay actualmente menos personas que optan por trabajar por cuenta propia que cuando rozábamos el paro friccional y los salarios eran más generosos. Este comportamiento de la natalidad empresarial tan atado al ciclo económico es preocupante en la medida en que lastra la capacidad de la economía para regenerar el tejido productivo destruido.
¿Significa todo esto que de nada han servido las  iniciativas de apoyo a la creación de empresas que han proliferado en tiempos recientes, ya sea en forma de cambios legislativos, iniciativas públicas o programas privados? ¿Que de este fervor por el emprendimiento no han quedado sino titulares y llamamientos huérfanos?
No necesariamente. En mi opinión una parte importante de la actividad emprendedora anterior a la crisis era artificial, es decir, no se correspondía con las condiciones del entorno, sino que vino motivada por un coyuntura extraordinariamente favorable: numerosas oportunidades de enriquecimiento a corto plazo, exceso de liquidez,  optimismo generalizado… Estas circunstancias compensaban en muchos casos los grandes impedimentos culturales, administrativos y financieros que tradicionalmente habían hecho que fuese poco atractivo emprender en España.
Pero la irrupción de la crisis  nos devolvió enseguida a la cruda realidad de un país que indefectiblemente cada año figura entre los últimos del mundo en facilidades para crear un negocio; de ahí el derrumbe de la natalidad empresarial casi a las primeras de cambio.
Por ello pienso que una de las pocas cosas positivas que nos ha dejado la recesión es el haber situado a los emprendedores en la agenda de los líderes y organizaciones que tienen el poder de cambiar las condiciones “estructurales” que ofrece este rincón de Europa para poner en marcha una actividad empresarial.
Hay razones para mirar hacia el futuro con cierto optimismo;  la creación de empresas ha repuntado en los dos últimos años, a pesar de que la economía siga esclerotizada; y previsiblemente lo seguirá haciendo, puesto que, como el propio GEM ha reflejado, las personas que tienen la intención de montar un negocio constituyen ya el 12% de la población en edad de trabajar; todo un hito para un país en el que la administración y las multinacionales han venido copando a partes iguales las preferencias profesionales de la ciudadanía.
Puede que la atención desaforada que reciben los empresarios noveles desde ámbitos que antes les ignoraban tenga algo de sospechosa, pero, como se decía en un post publicado por un popular colaborador de Todostartups, los emprendedores no son tulipanes, ni pisos, ni títulos financieros, sino personas que se esfuerzan por crear al menos su puesto de trabajo, cuando no el de muchos más. Por lo tanto, si a base de alimentar lo que algunos ya califican de burbuja, aumenta la sensibilidad y el apoyo hacia  quienes están montando su empresa, bienvenido sea.

No hay comentarios:

Publicar un comentario